google-site-verification: google7dcda757e565a307.html

Que un grano en la nariz no se transforme en un tigre en tu salón

Dificultades y problemas: tan parecidos y tan diferentes

Autora: Ana Hidalgo

Es posible que nunca hayas pensado sobre ello, pero dificultades y problemas ¡no son lo mismo!

¿Alguna vez te has parado a pensar en la diferencia entre una simple dificultad y un verdadero problema? ¿O has dejado que esas pequeñas molestias se te escapen de las manos convirtiéndose en enormes tigres rugientes que te acechan en cada esquina? Bueno, vamos a desenmascarar esta farsa y descubrir cómo mantener a raya a esos tigres emocionales.

Comprender sus diferencias y relación te hará entender muchas calamidades por las que has pasado en tu vida.

Dificultades versus problemas: El Juego de las Semejanzas y las Diferencias

Aunque ambos términos son parecidos, tienen cualidades completamente diferentes.

Una dificultad es como un grano en la nariz. Sí, es molesto, lo sé, te hace hacer muecas incómodas, pero al final, sabes que con un poco de paciencia y un toque de humor, ¡lo superarás! Eso es una dificultad. Es algo que te hace decir, “¡Ay, qué fastidio, pero vamos a darle una vuelta y seguro que lo resolvemos!”

Ahora bien, un problema es como tener un tigre en tu sala de estar ¡Y no, no estoy hablando de esa alfombra bonita de Ikea o un bonito peluche!😉 Estoy hablando de un tigre de verdad, rugiendo y mirándote como si fueras su próximo bocadillo. Eso sí es un problema. Es algo que te hace temblar las pieras, que te deja atrapado pensando en cómo resolverlo y decir, “¡Ay, madre mía, necesito ayuda profesional antes de que esto se salga de control!”

Pese a esta gran diferencia, no siempre sabemos diferenciar estos conceptos.

¿Cómo diablos se forman estos problemas?

Deja que te cuente un secreto: los problemas no aparecen de la nada como magia de circo. Nacen de las dificultades y crecen como malas hierbas en tu jardín emocional. Ups me ha quedado un poco cursi, pero es cierto, pueden extenderse sin control como las malas hierbas.

¡Ojo con no abordar las dificultades a tiempo, puede crecer más que la masa de un bizcocho al horno! De hecho, muchas veces ignorar las dificultades es como permitir que las malas hierbas campen a su antojo.

Ahora bien, no solo ignorar las dificultades puede hacer que se vuelvan problemáticas, ¡no señor! También podemos pifiarla al intervenir de forma incorrecta. Sí, lo has oído bien. A veces, tratamos de solucionar algo que no necesita solución o aplicamos la solución equivocada, como usar un paraguas en un huracán. ¡No va a funcionar, y lo sabes! y pese a eso, es posible que lo utilices.

Si no te haces a la idea de cómo un problema puede surgir de una dificultad, no te preocupes, que tengo un montón de ejemplos. Ya sabes que me encantan 😎

Imagina que un día no puedes dormir. No pasaría nada, ese día has tenido una dificultad para dormir, pero se queda en algo anecdótico. Ahora bien, si llevas ya muchos días sin dormir, su continuidad en el tiempo lo convierte ya en un problema.

¿Necesitas otro ejemplo?

Vuelve a imaginar el grano en la nariz. Si no dejas de hurgarlo día tras día, es muy posible que la nariz se te hinche, te hagas una herida, se infecte… Es decir, algo relativamente nimio se ha ido descontrolando por no abordarlo de forma correcta.

Ahora bien, como te decía, esta no es la única forma de hacer que una dificultad se convierta en problema. De hecho, el psicólogo italiano Andrea Fiorenza señala que existen tres modos de tratar de forma errónea una dificultad, lo que puede hacer que se transforme en ese temido tigre:

1.       Cuando no se interviene en la dificultad y habría que intervenir.

Por ejemplo, no establecemos un límite claro ante un abuso. ¿Cuántas veces has cedido a algo con lo que no estabas totalmente de acuerdo y luego esto te ha provocado malas consecuencias a largo plazo? Por cierto, si te cuesta decir no a tiempo, no ceder al chantaje emocional o te sientes egoísta por hacer lo que quieres, revisa los artículos que te comparto al final de este, te vendrán de maravilla.

2.       Se interviene cuando no habría que intervenir.

En estos casos, intentamos resolver una situación que debería resolverse por sí misma. Volvemos al grano de antes, a veces lo manipulamos a fondo pese a que lo más seguro es que desaparezca solo pasado unos días.

Ocurre lo mismo a muchas personas que deciden automedicarse y tomar antidepresivos por sentirse tristes un día. ¡Somos humanos y tenemos emociones, es normal sentir tristeza de vez en cuando! Ahora bien, si empiezas a jugar con la química de tu cuerpo sin control, es muy probable que acabes teniendo problemas.

3.       Intervenimos, pero de forma equivocada.

Otro ejemplo más (ya te dije que tenía muchos), tratamos de relajarnos respirando cuando estamos en mitad de un ataque de ansiedad. Muchas personas ignoran que, cuando tenemos un ataque de ansiedad nuestro cuerpo está hiperventilando, y lo que necesita no es más oxígeno, sino todo lo contrario, un poco de dióxido de carbono.

Ya sé su origen, pero ¿por qué narices perduran?

Hay tres fallos muy comunes que nos hacen enrocarnos en un problema y no encontrar su solución:

1.       Insistir en una solución que no funciona o que funcionó en el pasado, pero ya no lo hace.

En más de una ocasión me he descubierto a mí misma convencida de que algo que ya no funciona volverá a funcionar porque una vez lo hizo (sí, yo también soy humana y pico). Sin embargo, y pese a que Einstein dijo eso de “ si siempre hacemos las mismas cosas, los resultados siempre serán los mismos”. A veces olvidamos que las circunstancias han cambiado.

Las pilas que una vez hicieron sonar tu radio pueden haberse agotado o, sencillamente ya no estés escuchando la música en un cassette, sino a través de una aplicación móvil, por lo que buscar pilas no te solucionará nada.

Lo curioso es que, por lo general, después de pensar que hemos encontrado una solución a un problema, si esta no funciona, en vez de cambiar a otra nueva estrategia, seguimos manteniendo la estrategia que ya ha dejado de funcionar, y aumentamos su intensidad. ¡Mira que somos cabezones!

Como puedes imaginar, lo que conseguimos con esto es fallar una y otra vez y, por si esto fuese poco, encima, nos convencemos de que ya hemos probado de todo y nos sentimos víctimas e indefensos, cuando en realidad lo que hemos hecho ha sido probar muchas veces lo mismo, pero con distinto énfasis.

Esto lo vemos mucho en terapia de pareja. No siempre se trata de hablar más, sino que a veces se trata de hablarse mejor o sencillamente compartir más tiempo de calidad.

2.       Empezar por querer encontrar la causa, antes que nada.

Sin duda, saber qué ha generado un problema puede ayudarnos a prevenir su aparición en el futuro. Ahora bien, imagina un fontanero ante una fuga de agua. Si se pusiera a intentar averiguar por qué se rompió la tubería en lugar de cortar el agua a través de la llave de paso, el resultado podría ser terrible.

Lo mismo en un quirófano, primero se corta la hemorragia y después se averiguará qué la provocó para repararlo.

Esto se ve mucho en parejas, y también en el ámbito político. Muchas veces estamos más pendientes de encontrar la causa, o incluso el culpable de una situación molesta, que realmente en centrarnos en encontrar soluciones a dicho problema.

La luz al final del túnel: ¿Cómo Salimos de Este Lío?

¡Qué buena pregunta! Aquí viene el giro emocionante.

Cuando comprendemos la diferencia entre dificultades y problemas, estamos un paso más cerca de la victoria. Podemos tomar las riendas de nuestras vidas emocionales y enfrentar cada desafío con determinación y valentía, empleando herramientas y estrategias más adecuadas.

Así que la próxima vez que te encuentres en medio de un embrollo emocional, detente un momento. Evalúa si estás tratando con una simple dificultad o si estás frente a un verdadero problema que necesita atención profesional. Y recuerda, no hay nada de malo en pedir ayuda cuando la necesitas. La terapia es un acto de auténtico coraje y madurez emocional.

Pero ¿por qué es importante diferenciar entre dificultades y problemas a nivel emocional?

Aunque ya te he chivado la respuesta en el apartado anterior (te ayuda a saber cómo enfrentar cada desafío), permíteme que te ponga otro ejemplo, ya sabes que me encantan.

Imagina que estás intentando abrir un frasco de pepinillos. En un principio, parece una simple dificultad. Giramos la tapa, la hacemos forcejear un poco, tal vez la golpeamos suavemente en el borde de la mesa para aflojarla. Pero si después de varios intentos la tapa sigue sin ceder, ¿qué ocurre? La simple dificultad de abrir un frasco se convierte en un problema más o menos grave en función del hambre que uno tenga o la necesidad de tener esos pepinillos 😋

Ahora bien, si traslademos esta situación al ámbito emocional, debemos tener claro que todos enfrentamos dificultades en nuestra vida cotidiana. Puede ser estrés en el trabajo, conflictos interpersonales, ansiedad por el futuro o tristeza por una pérdida. Estas son las tapas difíciles de nuestros frascos emocionales. Y, al igual que con los pepinillos, a menudo pensamos que podemos manejar estas dificultades por nuestra cuenta.

Aquí es donde entran en juego la atención y la perspectiva. Como hemos visto, una dificultad que se ignora, se subestima o se trata de manera inadecuada puede transformarse en un problema mayor con el tiempo. Al igual que la tapa del frasco que se niega a ceder, nuestras dificultades emocionales pueden endurecerse, volverse más difíciles de manejar y, en última instancia, afectar nuestra calidad de vida.

El Mensaje Clave

Recuerda estas palabras sabias: tratar una dificultad como si fuera un problema, o viceversa, es como intentar domar un tigre con una zanahoria. ¡No va a funcionar! Así que mantén la calma, busca ayuda si es necesario y nunca subestimes el poder de un pequeño ajuste emocional para evitar que las cosas se salgan de control.

Porque, al final del día, tú eres el dueño de tu destino emocional. Así que ponte el sombrero de safari y adéntrate en el mundo de tus emociones con valentía y determinación, dispuesto a domar a tus tigres. Como bien dice el título de este artículo, ¡que un grano en la nariz no se convierta en un tigre en tu salón!

También puede interesarte:

Cómo decir no a tiempo Chantaje emocional, cómo poner límites Me siento egoísta por hacer lo que yo quiero
Compártelo con tus amigos